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Estos días de aislamiento y preocupación por culpa de este maldito virus, son propicios para la reflexión sobre temas existenciales y en mi caso también para otros más lúdicos y mundanos, como puede ser escribir mi primer artículo para la revista Finally-40, a la que agradezco la oportunidad que me brinda para exponer y compartir mis gustos musicales, especialmente en el ámbito del Jazz.

Pensando el tema a tratar en este primer artículo, me ha surgido la siguiente pregunta y la necesidad imperiosa de contestarla: “¿y por qué el Jazz… y desde cuando…?”, ya que no siempre he prestado atención al Jazz, ni ha sido el único estilo que me ha atrapado a lo largo de mi viaje musical y vital.

Y digo atrapado, ya que para mí la música siempre ha sido algo más que un hobby que me ha acompañado permanentemente desde mi adolescencia, para revivir los buenos momentos y que también me ha servido de refugio para superar los duros trances de la vida y especialmente ahora, para disminuir la ansiedad y mejorar mi estado de ánimo ante la gran incertidumbre que nos rodea.

Recuerdo los tres primeros discos de Rock que compré con 14 años (allá por 1974): “Toto” (el famoso de la espada en la portada), “The Long Run” de Eagles y “Straight Shooter” de Bad Company, que desgraciadamente vendí tras escucharlos mil veces en una semana para poder comprarme otros nuevos. Han sido los únicos discos de los que me he separado, ya que poco tiempo después comprendí que era como desprenderme de las vivencias que almacenaba silenciosamente en mis vinilos, como en un álbum de fotografías.

Ahí empezó mi gran afición a la música y a coleccionar discos, especialmente de Rock y Folk inglés y americano, entre los que se encontraban grupos como Jethro Tull, Kansas, Deep Purple, Bob Dylan, Dire Straits, The Marshall Tucker Band, Pink Floyd, Supertramp, Neil Young y muchos más que me tenían ensimismado y enardecido. Sin embargo, revisando entre mis muchos discos de esa época, ya encuentro algunas joyas del Jazz que debí comprar sin darme mucha cuenta del estilo al que pertenecían y lo que me influirían en el futuro. Fueron “Return to Forever” de Chic Corea, “Crystal Silence” de Gary Burton & Chic Corea, “Maiden Voyage” de Herbie Hancock y “Sunday Walk” de Jean Luc Ponty.

Recuerdo que aprovechaba para escucharlos en momentos de soledad y hacían volar mi espíritu e imaginación hacia otros mundos posibles, en los cuales me encontraba pleno de felicidad y satisfacción. Puede que este sea uno de los motivos por los que nunca haya sentido la necesidad de probar ninguna droga, ya que podía sentir que la música ejercía en mí efectos embriagadores pero de forma muy saludable y enriquecedora.

A principios de los 80 continuó mi afición por el Rock, en este caso al llamado Rock Sinfónico y escuchaba todo lo que podía de grupos míticos como Yes, Camel, King Crimson, Emerson Lake and Palmer, Tangerine Dream , Génesis o Marillion, pero igualmente descubro entre mi colección, como no queriendo molestar y pasar desapercibidos, otras reliquias del Jazz más electrónico (denominado Jazz Fusión) como son: “Black Market” de Weather Report, “Catching the Sun” de Spyro Gyra y “Offramp” del extraordinario guitarrista Pat Metheny.

 

A finales de los 80 y principios de los 90, las grandes bandas Rock fueron perdiendo su frescura

y capacidad de sorprender a sus millones de seguidores, dejando un importante hueco musical y generacional que afortunadamente cubrí con la llamada New Age, a la que se pasaron muchos de los músicos del rock sinfónico, para ofrecernos suaves melodías a modo de sinfonías espaciales, basadas principalmente en el uso de sintetizadores, que me acompañaron y relajaron durante mis interminables horas de estudio, junto con el inolvidable programa de Ramón Trecet en Radio 3.

Sin embargo y sin saber bien como, la New Age desapareció bruscamente de la mayoría de las tiendas y programas de Radio, siendo sustituida por el cajón de sastre de la llamada World Music (que a decir verdad nunca me engancho) y me quedé huérfano y vagando sin rumbo durante un tiempo, a la búsqueda de una nueva identidad musical que me llenase plenamente.

Y finalmente el milagro de mi salto definitivo al Jazz a finales de los 90, lo obraron dos impresionantes trabajos que recomendaron en un programa radiofónico que escuché por casualidad y que me engancharon desde sus primeras notas: el “Freedom in the Groove” de Joshua Redman y el “A Go Go” de John Scofield. Ambos discos están dotados de un increíble ritmo pegadizo que hacía mover mis pies de forma inconsciente, calmando mi creciente ansiedad y me hicieron comprender que el Jazz siempre había estado ahí, acompañándome y reconfortándome en los momentos precisos sin pedir nada a cambio.

Desde entonces y ya han transcurrido más de 20 años, sigo descubriendo a las grandes figuras del Jazz clásico y contemporáneo, emocionándome con sus trabajos y dejando que sean testigos y notarios de mi historia, ya sea mientras leo un buen libro, practicando deporte o me encuentre de viaje, ya que no hay mejor plan tras recorrer las calles de una bonita ciudad que disfrutar de un buen concierto nocturno de Jazz.

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