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Vendimia junto al Sil.  Autor: Brais Lorenzo. 

Oyendo hablar a un hombre, fácil es

saber dónde vio la luz del sol

Si alaba Inglaterra, será inglés

Si reniega de Prusia, es un francés

y si habla mal de España… es español.

Este acertado quinteto que Joaquín Bartrina escribió a finales del siglo XIX, enlaza perfectamente con el asunto que vamos a tratar en esta segunda entrega. Hacia los años setenta del pasado siglo, algún tecnócrata, deslumbrado, sin duda, por todo lo foráneo, acuñó una expresión que lamentablemente fue aceptada por influyentes personajes del mundo del vino y que, todavía hoy, podemos leer en documentos oficiales de ciertas afamadas denominaciones de origen. Estoy hablando del sintagma “variedades mejorantes”. Con él querían referirse a variedades de uva de procedencia generalmente francesa, entonces poco o nada implantadas en nuestro país y hoy de uso común, y que supuestamente iban a mejorar (de ahí su nombre) la calidad de nuestros vinos. ¿Por qué razón debían tener tan admirable y maravilloso efecto? Pues, sencillamente, porque eran variedades extranjeras y, por ende, mejores que las propias según el criterio más bien paleto del tecnócrata hoy afortunadamente olvidado. Tal es, en el fondo, el origen de la entrada en España de la Cabernet Sauvignon, la Chardonnay, la Merlot… y de la consecuente práctica desaparición de variedades autóctonas, extraordinariamente bien adaptadas al suelo y al clima de cada región pero que sufrían el pecado original, digámoslo así, de ser tan de aquí como las gachas de almorta, la paella, el pulpo a feira o la escalivada. 

Afortunadamente, el paso del tiempo, la mejor formación de enólogos y viticultores, las corrientes de la crítica internacional y, por qué no, la mayor cultura enológica del consumidor español, están revirtiendo la situación. Variedades que se vinificaban casi exclusivamente para el consumo en su lugar de origen, variedades despreciadas por su escasa producción o por la dificultad técnica de su correcta vinificación, variedades destinadas sólo a dar color o a la mezcla (coupage) con otras más prestigiosas…, hoy son celebradas y reconocidas precisamente por un aspecto tan justamente apreciado como su tipicidad. Buscamos vinos únicos, característicos, que nos hablen de su origen, que se diferencien palpablemente del mainstream enológico que puede ser el Tempranillo en nuestro entorno o el Cabernet Sauvignon en otros. Monastrell, Moscatel de grano menudo, Albillo, Tinto Velasco, Albariño, Malvar, Mencía o Godello, hasta hace pocos años prácticamente sólo conocidas en sus regiones de origen, hoy están a nuestro alcance en cualquier buena tienda de vinos. Precisamente de las dos últimas quiero hablaros hoy.

El río Sil es un afluente del Miño, con el cual de hace uno en Los Peares, allí donde limitan las provincias de Lugo y Orense. Aunque su recorrido hasta llegar a ese punto sea mayor que el correspondiente del río Miño, se le considera afluente del mismo porque sus aguas vienen desde una altura superior. A lo largo del Sil, y posteriormente del Miño se enclavan hasta cinco denominaciones de origen: Bierzo, Valdeorras, Ribeira Sacra, Ribeiro y Rías Baixas. Mencía (tinta) y Godello (blanca) son características de las tres primeras.

Si vamos desde León a Galicia, de este a oeste, nos encontraremos en primer lugar con la tierra de la Mencía, el Bierzo, en un valle de clima bonancible y suelo no muy fértil que conduce a producciones nada industriales. Los vinos de Mencía me recuerdan extraordinariamente a la música de su compatriota Amancio Prada: son sutiles, armónicos, suaves en el trago y largos en el recuerdo, con un punto de agradable acidez y un color intenso aunque no agresivo. Son vinos hijos de un paisaje, de un clima y de una forma de hacer característicos. Los franceses, que han inventado casi todo lo relativo al vino, desde el alcohómetro de Gay-Lussac hasta mucha de la terminología enológica, acuñaron el término terroir para referirse precisamente a eso: al conjunto que forman la variedad, el clima, la tierra y la cultura, entendida ésta como la práctica vitivinicultora que se transmite de generación en generación. Pues bien: el terroir (que algunos traducen al español como terruño, aunque en mi opinión la traducción es poco acertada por incompleta) está muy presente en los mencías bercianos, de igual manera que el Bierzo está muy presente en la música de Amancio Prada, y no porque ésta tenga referencias celtas o algo así, sino por su textura, por su tono, por su melancolía, por la neblina que uno puede ver presentes tanto en ella como en el paisaje del valle.

Adentrados ya ligeramente en Galicia, tierra que, tanto por su clima como por su suelo, se adapta preferentemente al cultivo de variedades blancas y conocida sobre todo por su Albariño -del que trataremos en futuras entregas- encontramos la uva que alguien ha calificado como “nuestro Chardonnay” aunque a mí personalmente me parece una comparación que no le hace justicia: la Godello. De origen muy antiguo y, probablemente, portugués, llamada gouveio en dicho idioma, parece proceder genéticamente de un cruce entre las variedades Savagnin (francesa) y Castellana Blanca. En todo caso, se trata de una variedad que, en mi opinión, puede definirse con tres términos: equilibrio, elegancia y versatilidad. Sus vinos son equilibrados porque se sitúan en el punto justo de acidez y potencia aromática; no esperéis de ellos una explosión de flores y frutas en la nariz y preparaos, en cambio, para unos aromas sutiles aunque persistentes, originales por complejos y que abarcan una amplia gama de sensaciones que van desde la miel a la pizarra, desde lo salino a lo suavemente amargo en la boca. Ello justifica la discreta elegancia de estos vinos: recordarían a una persona vestida sin estridencias, con el color apropiado a su edad y condición y un perfume que está presente aunque sin resultar desmedido o recargado. Por último, es una uva muy versátil que puede vinificarse bien de forma convencional, dando lugar a unos vinos “del año” frescos y punzantes, aunque no livianos, bien “a la francesa”, fermentando en barrica y criándose con sus lías, lo que nos dará un vino muy interesante, glicérico, redondo y de un trago con largo retrogusto, perfecto para acompañar a un rodaballo a la brasa o a un foie de pato a la plancha. 

Mencías y Godellos: si los veis en alguna tienda o en la carta de vinos de un gastro o un restaurante más clásico, no dudéis en probarlos. Descubriréis que es imposible mejorar estas variedades con que nos regalan las duras, profundas tierras de León y Galicia.

 

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